Autor
Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929).
Uno de los mejores escritores peruano de todos los tiempos. Su obra se desarrolló en diversos géneros como la novela, ensayo, teatro, destacando sin lugar a dudas como cuentista. La Palabra del Mudo, publicado por primera vez en 1974 y ampliado de manera posterior a lo largo de su carrera, reúne todos sus cuentos. En 1994, antes de su fallecimiento, fue reconocido con el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
Nota de autor
Crónica de San Gabriel, mi primera novela, fue escrita a comienzos de 1956, en Múnich, cuando tenía veintiséis años. Acababa de llegar a Alemania, no sabía alemán, y el crudísimo invierno (31 grados bajo cero y un metro de nieve en las calles) me forzó a permanecer encerrado en el cuarto que había alquilado en las afueras de la ciudad, en casa de una familia obrera.
Pronto la soledad, la incomunicación, el aburrimiento se tornaron insoportables y no vi otro remedio a mi estado depresivo que escaparme de esa realidad mediante la imaginación. Abrí entonces un cuaderno y empecé a escribir lo primero que me vino a la cabeza, el recuerdo de las vacaciones que pasé en una hacienda andina cuando tenía catorce o quince años.
A los pocos días estaba tan sumergido en mi trabajo, que perdí todo contacto con lo que me rodeaba. Ello explica que haya escrito el libro tan rápidamente, pues soy un escritor más bien lento y de esfuerzo discontinuo. Es una de las pocas experiencias que he tenido, al escribir, de encontrarme en una especie de «segundo estado», al punto que lo que describía me parecía el verdadero mundo y la realidad un mundo leído o soñado. A los tres meses comprobé que había comenzado el deshielo, que los árboles reverdecían y que muy bien podía ya salir no solamente de mi cuarto sino de mi libro. La novela estaba terminada. No me volví a ocupar de ella hasta dos años más tarde, en que añadí un capítulo y la pasé a máquina. La publiqué en Lima en 1960 y obtuve ese año el Premio Nacional de Novela.
Menciono estas circunstancias para subrayar que esta novela surgió de mí en forma espontánea, sin ningún plan ni presupuestos artísticos o ideológicos, al menos conscientes. Todo lo que pueda decir de ella está basado en su resultado, es decir, en el texto mismo.
Por lo pronto, es la única de mis novelas que se desarrolla en un ambiente rural, cuando yo había siempre predicado la necesidad de escribir sobre Lima y fundar una narrativa urbana, prácticamente inexistente en Perú. En ese sentido había dado el ejemplo, al publicar en 1955 mi libro de cuentos Los gallinazos sin plumas. En ese sentido se orientaron también las dos novelas que escribí con posterioridad a Crónica de San Gabriel, es decir, Los geniecillos dominicales (1964) y Cambio de guardia (1976), que tienen a Lima como escenario.
Que Crónica de San Gabriel transcurra en la sierra no hace de ella, sin embargo, una novela indigenista, lo que la distingue de los grandes frescos andinos de Ciro Alegría y José María Arguedas. Su especificidad proviene de que se trata de una visión de la sierra, pero hecha por un limeño. En ella el campesino indígena aparece solo episódicamente, los problemas agrarios no figuran en forma explícita, el color local y el folklore están ausentes, lo mismo que todo el aparato reivindicatorio, social y político que caracteriza la novela indigenista. Crónica de San Gabriel se limita a presentar la vida de los patronos o señores de una hacienda serrana y las relaciones ambiguas, tensas y a menudo secretas que agitan este microcosmos.
A pesar de lo dicho, algunos críticos han encontrado en esta novela una gama de significaciones que menciono al azar: un testimonio sobre la decadencia del latifundio en la sierra peruana, una novela de educación o aprendizaje (el paso de la adolescencia a la adultez), una historia de amor juvenil en un escenario agreste, un simple cuadro de costumbres provincianas, la descripción novelada de un caso clínico de histeria (Leticia), una obra críptica en la cual el autor ha escamoteado algunos datos para que el lector descubra por su cuenta una segunda obra.
Estas interpretaciones son interesantes y relativamente defendibles. En tanto que autor, me limito a citarlas, sin tomar ningún partido.
Julio Ramón Ribeyro
París, marzo de 1983