Constanza Gutiérrez tiene una escritura afilada, despercudida de convencionalismos y capaz de sembrar una inquietud que permanece después de finalizada la lectura. Los relatos reunidos en La educación básica son cortos pero incisivos, como un bichito que llega para clavarnos su aguijón y luego no dejamos de sentirlo. No necesitamos conocer los premios que ha obtenido la autora para entender que tenemos entre las manos una colección de cuentos impecable en los que el hilo conductor es la marginalidad en la que se mueven los personajes. Una marginalidad que no se centra solo en lo social o en lo económico porque, incluso los personajes citadinos que gozan de ciertas comodidades, exhiben ese desapego en sus vínculos inmediatos. Un innegable sentido de no pertenencia.

El libro está dividido en dos bloques. En el primero encontramos nueve relatos entre los que destaca «Arizona». En él la marginalidad está expuesta de manera descarnada en la convivencia del protagonista con los gitanos recién llegados al pueblo, pero luego el giro final lleva a cuestionarnos sobre cuál es la verdadera marginalidad. Y esta es, quizá, la pregunta más importante de todo el libro.

La segunda parte es la novela corta —o cuento largo— «Incompetentes». Se trata de una novela fragmentada en capítulos brevísimos que, como latidos, aceleran y desaceleran nuestra respiración. Caminamos a través de un escenario sórdido. Recorremos los ambientes de un colegio abandonado, en donde un grupo de adolescentes ha creado un mundo paralelo con sus propias reglas —o la ausencia de ellas— y en este confinamiento, liberador y opresivo al mismo tiempo, los vínculos entre ellos se deforman. Se tornan primarios, instintivos, amenazadores. A medida que avanza la narración, el lugar se vuelve cada vez más desordenado, sombrío y una sensación de peligro se nos cuela por la piel. Intuimos que algo terrible ocurrirá, pero no distinguimos en qué dirección. «Incompetentes» confirma aquel planteamiento de Ricardo Piglia: un cuento es un relato que encierra un relato secreto.

Las atmósferas en las que nos sumerge el libro son oscuras, por momentos asfixiantes, una sucesión de imágenes que nos predispone a lo inesperado, a la sospecha de una tragedia inminente que no siempre se concreta, pero no por eso resulta menos perturbadora. Transitamos por un territorio borrascoso, entrampado por algo que la autora denomina «incompetencia» y que está muy ligado a la exclusión. Recorremos carreteras y pueblos polvorientos, barrios inhóspitos y casas de campo que encierran amenazas bajo una cáscara acogedora. Gutiérrez se vale de estos escenarios para, con una mesura que bordea el minimalismo, narrar anécdotas en las que nuestra expectativa se ve afectada por súbitas vueltas de tuerca donde la autora logra, además, manejar cierta dosis de humor.

Los personajes son el gran acierto de este libro. Son egoístas, perversos y a la vez vulnerables. Están, de una u otra manera, apartados de la normalidad y optan por permanecer en ese margen. No se trata de indiferencia. Nada más alejado de estos jóvenes que sienten, padecen, pulsan y actúan. Sus motivaciones son variadas. Se nos presentan como formas de desidia, rebeldía o miedo. En cualquier caso, el lector logra fácilmente desarrollar una conexión con ellos. Con algunos la empatía es inmediata, como con la niña que viaja por el paisaje desierto a mitad de la noche en «Chiquita linda», el cuento inicial, o con la nana enamorada del hijo de la familia en «Descubre tus poderes». La identificación que experimentamos no se sustenta al encontrar una realidad similar entre los personajes y nosotros, sino por compartir su emoción.

Podemos afirmar que todos los protagonistas son adolescentes. Incluso los mayores, algunos ya casados, adolecen de algo que los rescate de la adultez. Estos «adolescentes» pugnan en sus relaciones familiares y observan la sociedad con un auténtico desdén. Están hastiados de su realidad, pero aún alcanzan breves instantes de asombro ante una melodía, un animalito en problemas o un muchacho con habilidades de mecánico. Todos cargan con una pérdida importante —la orfandad, un amor prohibido, una relación en peligro— y atraviesan un punto de quiebra a partir del cual sus vidas nunca volverán a ser las mismas.

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Este libro puede considerarse un manifiesto generacional por dos razones. La primera se basa en que estos relatos son definitorios de un momento histórico que ha roto tradiciones de familia, parejas, autoridad paterna y materna, y sexualidad. Ya no vemos rituales alrededor de una mesa ni en la misa dominical. Los jóvenes eligen sus propias rutinas y sus propios credos. Las parejas mutan los roles de proveer y cuidar. Las mujeres son una presencia más fuerte, dominan las relaciones. Los padres están ausentes y las madres asignan prioridad a sus propias necesidades. La homosexualidad ha dejado de plantearse como algo fuera de lo común y es tratada con naturalidad.

La segunda razón es que este conjunto narrativo representa una edad. Pasamos de identificar un momento histórico hacia algo más específico y concreto. Hemos visto que los protagonistas de los relatos son todos adolescentes en una clásica búsqueda psicológica y riña instintiva dentro de su núcleo más próximo. Coquetean por breves momentos con la adultez, pero no se deciden a entrar en ella. Estos niños-jóvenes reaccionan de una manera particular al contexto de las historias y esto los define y los transforma. En el caso de «Incompetentes», vemos cómo aflora el lado más básico —y por eso resulta tan adecuado el título de la colección— de estos muchachos sometidos a una situación de aislamiento. Gutiérrez no solo describe, por lo tanto, una generación, sino también una degeneración. Una decadencia que nos lleva a reflexionar sobre quiénes fuimos alguna vez y quiénes somos ahora, pero, especialmente, en quiénes pudimos habernos convertido.

Las historias de La educación básica son la oportunidad de viajar a las vidas que tuvimos y dejamos de lado. También a las vidas que nunca tentamos porque los límites de la sociedad conservadora nos las vetaron. La narrativa de Constanza Gutiérrez explora  fronteras y parece a punto de estallar en finales entreabiertos que nos provocan alivio en algunos casos y nos dejan la tensión incrustada en otros, pero siempre plantean preguntas. Y esto es mucho más trascendente que encontrar respuestas.

Susanne Noltenius

Lima, 2 de abril de 2019

 

 

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