Antonio Díaz Oliva (Temuco, 1985)
Es autor de la novela La sogade los muertos y de los libros de cuentos La experiencia formativa y La experiencia deformativa. Editó 20/40 y Estados Hispanos de América (Nueva Narrativa Latinoamericana Made in USA). Recibió el Premio Escritores Jóvenes Roberto Bolaño y el Premio Nacional del Libro a la Mejor Colección de Cuentos del Año. Fue elegido por la FIL-Guadalajara como uno de los más destacados escritores latinoamericanos nacidos durante la década de los 80. Su periodismo y ensayos han sido publicados en Asymptote, Rolling Stone, Latin American Literature Today, Gatopardo, Letras Libres y El Malpensante. Enseña escritura creativa bilingüe y traducción en la Universidad Saint Xavier.
UN VIAJE AL UNIVERSO DE ANTONIO
● El primer libro que me marcó fue:
Soy de la generación que primero leyó comics. Así que un comic: «Una muerte en la familia» de Batman. Es una serie de 4 volúmenes en que el Joker mata a Robin (el segundo Robin). Fue mi novela por entregas. Iba todos los fines de semana a los quioscos del centro de Santiago a preguntar por el último número. El cuarto volumen lo compré en la Feria del Libro de Santiago; de hecho, fue un día que, según mi padre, yo iba tan distraído, caminando e inmerso en las viñetas, que choqué en la puerta de la feria con un escritor famoso. Esto sucedió el año 1998. Ese escritor, que me ayudó a recoger mis comics (aunque él les decía «tebeos»), resultó ser Roberto Bolaño. Pero claro: yo estaba más interesado en Batman y la muerte de Robin.
● Mi top 3 de libros este año 2022:
Mugre rosa de Fernanda Trías (que rompe con el realismo chato latinoamericano); Animales luminosos de Jeremías Gamboa (una novela de campus que encandila); y Cocido y violonchelo de Mercedes Cebrián (un libro sobre mis dos cosas favoritas en esta vida: la música y la comida).
● El libro que no terminé nunca.
La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro. Lo dejé de leer porque no quise que terminara. Porque lo estaba pasando demasiado bien. Porque como el Borges de Bioy, o los diarios de Witold Gombrowicz, este es uno de esos libros que es mejor no terminar para así tener que comenzarlos de nuevo.
● El que cambió mi forma de entender la literatura.
Esperando a Godot de Samuel Beckett. El teatro me era completamente ajeno hasta este libro. Ahora lo leo una vez al año. La forma en que Beckett explora el absurdo humano es algo muy, pero muy humanístico. Y divertido. Mi fanatismo es tanto que durante el primer año de pandemia (y esto no es broma) hice un experimento: traduje y luego remixeé Esperando a Godot…. pero con los personajes del Chavo del 8. Se llama Esperando a Godínez y trata sobre el Chavo y Kiko, quienes esperan a Godínez. Todo sucede cuando la vecindad ha sido demolida porque van a construir un lujoso condominio.
● El libro que más me decepcionó –y el que más me sorprendió–:
Decepcionó: el último Granta (perdón, vengan de a uno… o bueno, vengan los 22).
Sorprendió: El tercer mundo después del sol, una antología sobre ciencia ficción latinoamericana que mezcla los cóndores, los jaguares, la ayahuasca, los indígenas, el chamanismo, los videojuegos, las inteligencias artificiales y el ciberespacio. La hizo Rodrigo Bastidas. La selección es irregular (como toda antología), pero abre espacios por donde la literatura latinoamericana del futuro puede circular libremente, sin preconcepciones del mercado ni de la academia.
● Tres escritoras y un escritor:
Mona, la escritora y protagonista de Mona (Pola Olaixarac); Sara, la escritora y protagonista de Para español, pulse 2 (Sara Cordón); Rita Indiana; y Timofey Pavlovich Pnin, el escritor y protagonista de Pnin (Vladimir Nabokov).
● El libro que me hubiera gustado escribir:
«El libro de mis vidas» de Aleksandar Hemon. Vivo en Chicago y este escritor (junto con Sandra Cisneros) es clave para entender esta ciudad que, como dice Hemon, es «una constelación de vidas». Y otro: La ciudad más triste de Jerónimo Pimentel; una fina novela epistolar que parece narrada por el fantasma de Melville. Por eso mismo, además, recomiendo leerla junto con la recién publicada Melvill de Rodrigo Fresán.
● Mi pasión culpable literaria:
Declararme como «escritor marxista» cada vez que me invitan a una feria del libro o encuentro literario. Pero es que es verdad: ¡Me fascinan las memorias de Groucho Marx!
● Mi mayor deuda literaria, ese que no leí y creo que debería:
Pablo Neruda. Como todo chileno, nacido y crecido entre la dictadura y la postdictadura, mis padres me llevaron reiteradas veces a las casas/museos de Neruda. Desde entonces que no puedo leerlo. Pablo Neruda es como nuestro Walt Disney. Y sus casas son como parques temáticos progres.
● Lo que estoy leyendo:
El ensayo Lo raro y lo espeluznante de Mark Fisher. Es para un taller que dictaré sobre esos dos conceptos, pero en el contexto de la literatura latinoamericana. Me interesan esos conceptos porque, además, los tuve muy presente a la hora de escribir mis libros de cuentos.
● La joya de mi biblioteca es:
Tengo una primera edición de Maldición eterna a quien lea estas páginas con la firma de Manuel Puig. Se la dedica nada más y menos que a Leonard Schrader, el hermano del guionista de Taxi Driver y director de cine: Paul Schroeder. La encontré en una librería de segunda mano en Nueva York. Cinco dólares. Ese es el destino de la mejor literatura latinoamericana: un rincón empolvado de una librería de segunda mano.
● Mi rutina para escribir consiste en:
Me levanto a las seis de la mañana, saco a pasear a mi perra, luego preparo el café y me siento en el computador. Si estoy bloqueado, a continuación pongo a la perra sobre mis piernas, dejo que teclee un par de párrafos y me doy por satisfecho. Así es como escribí mi nuevo libro; una novela de campus que ingeniosamente titulé Campus (Chatos Inhumanos).